Un mundo con fin

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Decía el replicante de Blade Runner que había visto estallidos de no se qué, o rayos de no se cual estallar mas allá de Orión, y en el momento del fin, de su fin aquellos recuerdos acudían a su mente con la angustia de que se perderían en  un mar de olvido… ¿puede ser así?

Tengo dudas y aunque sería socorrido echar mano de la red para corroborar si son así esas frases, no lo voy a hacer.

Dos motivos me mueven: uno, que no tengo red en este instante que escribo, estoy a la orilla del mar con el portátil, vale que sería mas bucólico con una libreta y un lapicero pero es lo que hay, llámalo 2013, y el otro es que prefiero dejarlo como acaba de asomar a mi recuerdo, porque los recuerdos son así, vagos, a veces difusos y si busco siempre el dato correcto, acabo con lo importante: el espíritu de algunas cosas que precisamente por no parecerlo, si que deben de serlo.

Así que contradiciendo al replicante, os diré que he visto cosas que sí podríais imaginar. He visto nacer y morir el día sobre campos de trigo, sobre extensiones de tierra llana donde el cielo y la tierra tienen su territorio bien delimitado por esa curiosa línea del horizonte.

He visto cielos nocturnos que os dejarían sin voz, miles y miles de estrellas lanzando sus haces de luz desde el pasado, a años luz de distancia.

He visto el cielo tornarse en hostil en lo alto de una montaña, pero lo he visto también amable y compañero.

He visto atardeceres sobre ciudades donde el cielo se vuelve increíble en sus colores.

He visto también la ira del mar navegando en un pequeño barco en el mar de Irlanda.

He visto, barrancos por cuyos torrentes me he descolgado, cuevas, precipicios… he visto árboles centenarios de los que aún me acuerdo…

Y he visto nacer a mis dos hijos.

He visto muchas cosas y no es que como el replicante me sienta al final de mi tiempo, es solo que hay algo que no había visto hasta hoy.

No había visto nunca ponerse el sol sobre el mar.

Así de simple y de grave también.

Es cierto que una vez lo vi emerger del océano, en aquella ocasión dormía en la playa y aquella mañana de verano me despertó su refulgir, casi diría después del frío pasado de madrugada que hasta creí percibir (o quizás solo imaginé) su calor.

Hoy se ha puesto sobre el mar, sobre ese mar antiguo y perpetuo de la antigüedad. Será que me vine hasta el fin del mundo a verlo, y sentado en una roca a los pies del faro de Finisterre, Fisterra, Finis Terrae… aguardé a ver como hervían (pues eso decían los antiguos) las aguas al contacto con el astro rey al sumergirse en ellas.

Una débil franja de nubes en el horizonte, en el momento de apagarse esos increíbles fuegos en las aguas océanas, impidió verlo en su plenitud. Casi al final, se disiparon y pude ver que era cierto, como un pequeño arco rojo que quedaba del sol iba desapareciendo poco a poco apagado por las aguas.

Y eso es así, y que nadie me diga que no es cierto porque hoy estuve en el fin del mundo, en Finis Terrae como los antiguos lo llamaron y me siento parte de ese mundo antiguo, de ese mundo plano, nada de esferas y de planetas. Un universo finito que en uno de sus extremos, allá por donde el sol se ha hundido hace un par de horas, enormes cascadas deben verter las aguas de todos los océanos a… a la nada. Al mismo lugar al que se dirigieron los recuerdos del replicante, a un universo de olvido.

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