Tierra desafecta

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La primera vez que me topé con el término “Tierra desafecta” fue durante el proceso de documentación de mi segunda novela “Mentir es encender fuego” (Nova Casa Editorial, 2015).
Por poner un poco en antecedentes, se trataba de la manera con la que algunos historiadores y cronistas se referían al territorio vasco, para con aquellos que pretendían desnaturalizarlo confiriéndole un estatus diferente.

Dependiendo de la fuente a consultar, había casos que era empleado con cierto reproche, y otros en cambio, con pretendida parcialidad. Siendo por estos últimos, por los que decidí incluir la expresión tal cual en algún pasaje de la novela.

Bueno, quizá también porque encajaba adecuadamente al respecto de lo que parte de los personajes, (unos tipos al frente de unas hordas que bajo el reinado de Alfonso III, se disponían a saquear la Bizkaia medieval, en una campaña de castigo), comentaban de los sentimientos de los expoliados respecto a ellos mismos, engañándose a no querer reconocer las causas que podrían despertar su animadversión.

Quizá por buscar algún sinónimo al término, vienen de primeras a mi mente palabras como hostil, como enemigo… pero no serían adecuadas, pues estas expresiones implican un inequívoco grado de hostilidad, de beligerancia, y algo calificado como desafecto no parece llegar a tal punto, aunque no niego que se sitúa en el paso previo a serlo.

Sobre la palabra, el diccionario muestra acepciones muy similares. Por un lado “que no siente estima por algo o muestra hacia ello desvío o indiferencia”.O términos como “opuesto, contrario y malquerencia».

Así que hace pocos días, tras las dos últimas citas electorales, ha vuelto de nuevo la expresión a mi cabeza, al reconocer en los resultados de las votaciones, lo desafecto de una tierra, para con otra horda.
Tal cual apariciones marianas, se materializan los inquisidores de las tres voces de la derecha cavernaria, para dar lecciones de civismo o democracia a los autóctonos, en los lugares mas insospechados de un terruño que sí, que desde hace mucho les es desafecto. A ellos y a lo que representan.

La horda sabe que poco o nada pescará en estos lugares, pues el botín del pretendido expolio, que no es otro que miles de papeletas de votos, lo obtendrá lejos, lejos de los desafectos vascos, y últimamente, también de los desafectos catalanes.

Se trata de campear por terrenos baldíos para su discurso, de porfiar por disputas que les premien con ser cabecera de los noticieros, de provocar enfrentamiento aunque sea a costa de sembrar odio. Pues es el odio, una planta que arraiga fuerte, creciendo rápida y lozana, proveyendo de abundantes frutos a su cuidador. Otra cosa es el efecto tóxico en la digestión de tan amarga cosecha, lo mismo en quien la cultiva como en sus adversarios.

Y a pesar de que observo preocupado, como logran su propósito en otros lugares, (ya lo siento por aquellos que allá, habrán de capear contra semejante temporal), me recreo en la complacencia de aquel que constata que ese chirriante terceto de bocina, pandereta y bombo, no es capaz de obtener representación parlamentaria. Alguno del trío ni una concejalía en ninguna localidad, y ya no hablemos de alcaldías o de tener algo de peso en la política local. Aspecto este, que lamentablemente no les retraerá de seguir hostigando, independientemente de donde se encuentren.
Son viejos conocidos, herederos ideológicos de un triste pasado, motivo por el que se estampan contra la realidad de una tierra, que a ellos, al igual que a aquellas huestes de Alfonso III en una novela, y por decirlo suave, les sigue siendo desafecta.

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