Cada ola tiene un nombre

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Cada ola tiene un nombre
Tantas veces peregrinando hacia el mar, sentándome en las arenas de una playa, para allí muy cerca de la orilla, verlas morir, disiparse, desaparecer y entender que si, que es verdad, que cada ola tiene un nombre.
No existe método coherente o fiable para averiguarlo, digamos que lo revelan ellas solas. Cuando asomó tal idea por mi cabeza, hace ya algún tiempo, pensaba que todo obedecía a una pura ilusión, que el nombre que les atribuyese partía de una idea predeterminada, en parte viciada, que aunque aparentemente apareciese de improviso, seguramente llevaba un tiempo gestándose en mi cabeza.
Lanzarme a pensamientos profundos podía hacerme olvidar que se ponía frio, que tenía hambre, pero no que la boca me ardía en sed, así que la mano, sabedora de las cosas importantes, se agenció ella sola otra lata de cerveza. Dos o tres tragos largos y sanadores, dejaron el recipiente metálico casi vacío.
Con la vista perdida en el horizonte, sin dirigir la mirada a un punto concreto, primero intuía una leve onda sobre la superficie, después la veía crecer, erigirse, agitarse, estallar sobre el océano y así le otorgaba seguro su nombre.
Ahora ya sé que me engañaba, y no hablo de ella, que hablo de mi. Buscaba en el ímpetu de la ola, en su aspecto o estruendo al romper, un atributo que conectase con una idea que no era una asociación a una palabra, si no a una persona, por eso les ponía nombre a las olas.
Pero me engañaba. Los que fueron o fuesen dueños de aquellos nombres, no iban a acudir a mi ni siquiera en forma de ola, y si lo hiciesen, lo harían cuando quisieran, no a resultas de mis estúpidas ocurrencias.
A pesar de todo ello, me di cuenta de que no podía ir mucho mas allá. Adiviné, es cierto, o quizá no, mejor decir… !averigüé! que es que me gusta mas esa palabra: !Averigüé! Parecido a lo mismo que me pasa con “Océano” que no se porqué, pero últimamente va desplazando de mi lenguaje a la palabra “Mar” ¿por qué ocurren cosas así?
Pero centrándome de nuevo, ahora que ya terminé la lata y he abierto otra, decía que averigüé que todas tienen un nombre, y que corresponden en exclusiva a una sola persona. Si tratase de expresar con esto algún mensaje de tipo espiritual, tendría una excusa perfecta a mi desvarío, aunque no se sostenga con ninguna base argumental, porque diría o que cada ola es una persona, o que nos transformamos en olas, para diluirnos en un mar eterno, entre mezclándonos unos y otros conformando así el océano (otra vez esta maravillosa palabra) un ente confeccionado por todos, gota a gota molécula a molécula, por todos los que en algún momento tuvimos un nombre.
En cualquier caso, iba a dar igual que resultase una descabellada teoría a tenor de lo que pueda circular por las mentes respecto a la transcendencia del hombre, a su espiritualidad y a la vida después de la vida… nos podría servir para dibujar en nuestras imaginaciones, hermosas intenciones, agradables trazos que evoquen “algo” vital e inmortal, quizá aquello que considero importante o imprescindible, !lo que sea!, para que igual que un combustible, alimente el motor de mi vida.
Pero no debía haberlo complicado tanto, al final, una vez que hube apurado la última lata de cerveza, volví a caer de nuevo en el credo de que cada ola tiene un nombre, y yo no sé cual de ellas lleva el mio.

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