Banco de… lectura

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Hay mañanas, como la de hoy, o también tardes, algunos ratos con los que me premio si la actividad rutinaria así lo permite. Entonces salgo a caminar por los caminos que custodian al Nervión por sus orillas hasta pasar Arrigorriaga. Otras veces subo a Malmasín realizando variaciones en la ruta. Arranco desde Basozelai o San Miguel, hago cima y bajo a Arrigo, a Ollargan, a Bolintxu, pues la maraña de senderos que recorren sus laderas, son viejos conocidos.

Estos paseos de dos o tres horas, sin alejarme mucho de casa, me sirven cómo a cualquiera, para relajar la mente y debatir conmigo las cuestiones que en ese momento me ocupen. Debo decir que bastantes veces he recurrido a esta terapia, para aclarar ideas ante un bloqueo en la escritura. Lo que no os he dicho es que algunas de esas veces, me voy de caminata con alguno de los libros que en ese momento esté leyendo.

Hoy, uno de esos dias, no he llegado muy lejos. Me he desviado para sentarme en un banco, que no está muy lejos de casa y al que a veces me acerco para leer. Para leer y al de un rato, escribir algo cómo esto sí, utilizando el teléfono móvil, que ya más que teléfono es un compendio de elementos, a veces inclasificables.

En cualquier caso, esta introducción es para hablar de ese banco, que pilla a desmano de cualquier camino, por ante el que no va a pasar nadie, si es que no se dirigen concretamente a él para sentarse.

Disfruta durante casi todo el día, de una sombra perfecta ahora en verano. Una maravilla para estar ubicado en un entorno urbano, aunque sea en las lindes con lo que comúnmente llamaríamos monte. A un lado, tras una curva, el camino que trajo hasta aquí, se pierde entre la maleza y las ramas, que desde sus márgenes se inclinan hacia su centro. Un poco más adelante muere, sin llegar a ningún lado.

Ocurre a veces, pocas, que algún caminante pasa por delante y dobla la curva, perdiéndose de la vista de cualquiera tras ella. Podría decirle entonces, que el camino se corta más adelante, pero desde que se lo advertí a un hombre mayor y me respondió con un tajante «Voy a mear» ya no les digo nada, siempre que no me pregunten, claro.

-¿A dónde conduce este camino?

-Se corta unos metros más adelante, pero ya puestos, cuando llegue alli, puede aprovechar y echar una meadita.

-¡Qué buena idea! Muchas gracias.

-De nada, no se merecen.

Bueno, mas o menos. Igual menos, sí. Pero lo que me gusta de este lugar, es que de verdad puedo disfrutar en él de la lectura y eso que no paro de oír los pájaros y el incesante y lejano murmullo del tráfico de la A8. Será una paranoia mía, pero ese siseo infinito de los miles de vehículos que cruzan, cuyo sonido no se superpone al de las aves o al murmullo de las ramas de estos árboles si los mece el viento, me recuerda al mar. A un oleaje raro que no llega a romper, un rumor continuo. Pero lo mejor, es la vía del tren cercana. Ese traqueteo me atrapa, dejo incluso de leer para no perder detalle.

De más joven, solía alternar por algunos bares del casco viejo de Basauri. Esta pequeña barriada, que por cierto está ahora en proceso de desaparición, se encuentra al lado de la vía ferroviaria. De madrugada cuando cerraban los garitos y regresaba a casa, era frecuente que pasasen largos convoyes de mercancías. Quedarte en la orilla de la vía, a no más de un metro del paso del tren y dejar que el estruendo de una veintena, o casi ¡o más ! de vagones de contenedores te envolviera, era puro rock and roll. Desde luego que no desmerecía para nada, del que hubiese estado escuchando por los bares, un rato antes.

Hoy me he acordado de eso con el paso de un par de trenes y claro, dejé de leer para contármelo.